La industria de los alimentos se ve involucrada en un debate que se da a nivel mundial, entre los consumidores y los productores. Se trata de la contradicción entre los beneficios y la contra dentro del mercado.
El glifosato es un herbicida químico que se usa dentro de la agricultura para controlar las malezas en los campos de cultivo. Si bien los profesionales lo utilizan para contrarrestar algunos escenarios negativos como la aparición de las plagas, lo cierto es que podría ocasionar daños de forma directa en la salud de los consumidores de alimentos.
La función principal del glifosato es inhibir el crecimiento de las plantas al interferir con la producción de vitaminas esenciales para su desarrollo. Se lo aplica antes de la siembra, durante la temporada de cultivo y también en la cosecha, siempre para eliminar las malas hierbas que podrían competir con los cultivos.
Pese a este gran punto a favor, su uso genera controversia a nivel global debido a que, con el tiempo, algunas malezas desarrollan resistencia al glifosato, lo que implica un aumento en su aplicación. La preocupación, en este caso, está ligada a sus efectos ambientales y en la salud humana.
Asimismo, los expertos advierten que el uso excesivo de este herbicida puede contribuir al desarrollo de cepas más resistentes y a una mayor contaminación del suelo y el agua.
A largo plazo, la contaminación por glifosato puede impactar de forma perjudicial en el medio ambiente, incluyendo la pérdida de biodiversidad, la degradación del suelo y la contaminación del agua. Además, aseguran que la exposición constante puede tener impactos en los humanos y en los animales.
Por lo tanto, cierta parte de la agricultura se ve obligada a buscar alternativas sostenibles al uso indiscriminado del glifosato y promover prácticas agrícolas más responsables, con el fin de minimizar su impacto ambiental y proteger la salud pública.
Así impacta el glifosato en la salud de los humanos
Este herbicida no solo produce contaminación, sino que también impacta de lleno en la salud de la sociedad. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) determinó que el glifosato es una sustancia probablemente cancerígena. Varios estudios científicos recopilaron evidencias que demuestran sus efectos adversos.
Entre los efectos más comunes en las personas que se ven afectadas, se encuentran las irritaciones oculares y dermatológicas, junto con problemas respiratorios, náuseas, mareos y aumento en la presión sanguínea.
Cabe aclarar que estos riesgos son más pronunciados en aquellos individuos expuestos a altas dosis de este herbicida durante largos períodos, como los trabajadores agrícolas que aplican el producto de manera regular.
Actualmente también se llevan adelante estudios sobre los efectos del glifosato en la formación de embriones, placentas y células umbilicales humanas in vitro, aunque se trate de bajas porciones a las que haya estado expuesta la persona.
Por otra parte, los animales también se ven expuestos al problema. Se registran problemas en el desarrollo y el crecimiento de los huesos y órganos, así como una disminución en su peso corporal.
En 2014, el uso de glifosato en Argentina superaba los 300 millones de litros por año distribuidos en unos 28 millones de hectáreas. Cuatro años más tarde, en 2018, la Universidad de La Plata aseguró que el país lideraba el ranking mundial del uso de glifosato, mientras que América Latina se posicionaba como una de las regiones que más uso hacía del herbicida.
¿Cuáles son los alimentos que tienen glifosato?
Los residuos de glifosato están presentes en un sinfín de alimentos, los cuales no se limitan a los productos procesados, sino que también incluye a frutas, verduras y artículos derivados del algodón que se usan en productos de higiene personal.
Es importante resaltar que este herbicida se aplica en una amplia gama de cultivos, incluyendo soja, maíz, lentejas, cebada y caña de azúcar, así como en manzanas, pimientos, apio, duraznos, peras, uvas, espinacas, lechugas, arándanos y papas.
Como alternativa, se sugiere acudir a los alimentos orgánicos, una alternativa que está ganando popularidad en el mundo. El movimiento orgánico, originado en Europa y extendido a nivel global, promueve el consumo de alimentos libres de químicos sintéticos durante todo el proceso de producción.
Si bien estos suelen tener un costo ligeramente más alto que los convencionales, la brecha de precios se redujo de forma significativa en los últimos años. Esto lo hace más atractivo a la hora de comprar.
Por otro lado, los expertos en alimentación sugieren lavar de forma completa las frutas y verduras antes de consumirlas, sumergiéndolas en una solución de agua con un poco de vinagre o unas gotas de lavandina apta para uso alimentario.
El mercado de productos orgánicos en el territorio argentino experimentó un crecimiento significativo en los últimos 25 años, con un aumento tanto en la producción destinada a la exportación como en el consumo interno.
Hoy en día, el país cuenta con más de 3 millones de hectáreas certificadas para la producción orgánica, lo que lo posiciona en el segundo lugar a nivel mundial, después de Australia.