Ante el avance del cambio climático y las consecuencias propias de la naturaleza, la agricultura en el desierto avanza como posibilidad para aumentar la producción agrícola. El avance es apoyado por grandes profesionales en el mundo.
La agricultura en el desierto no es un tema nuevo en la agenda mundial, particularmente porque ya lleva tres revoluciones en el Norte grande de Chile, un sitio que está compuesto de cinco regiones rocosas y con escasa vegetación.
La primera revolución agrícola en la región, datada aproximadamente hace 2.500 años, fue impulsada por pueblos originarios que introdujeron y adaptaron productos como el camote, la papa, la quinoa, el ají, el pacae y el tomate.
Esta transformación no solo alteró el paisaje y el suelo desértico, sino que también dio lugar a la creación de sistemas de riego especiales para combatir la sequía, ya que la región continúa caracterizándose por la escasez de lluvias.
La falta de precipitaciones y las altas temperaturas propias de la naturaleza, así como también del avance del cambio climático, pusieron en jaque al sector, por lo que decidieron aplicar diferentes herramientas digitales dentro del sector.
Según el arqueólogo Calogero Santoro, profesor del Instituto de Alta Investigación de la Universidad de Tarapacá, estos antiguos habitantes demostraron una notable habilidad ingenieril, como evidencia un antiguo canal construido en el Siglo XII para llevar agua desde una quebrada hasta el valle de Socoroma, una tarea que hoy se considera una proeza de ingeniería.
Santoro destaca que esto fue logrado gracias al trabajo manual, sin la ayuda de maquinaria moderna como drones u otros avances tecnológicos que suelen ser comunes en la actualidad.
Además, menciona que el cronista Gerónimo de Bibar, quien acompañó a Pedro de Valdivia en su expedición conquistadora en la región, documentó la habilidad de los nativos para gestionar el agua de manera experta.
La segunda revolución agrícola fue caracterizada por el accionar de los conquistadores españoles, quienes trajeron consigo el trigo, la planta de las uvas y el olivo, permitiendo la producción de pan, vino y aceite en el desierto.
Esto escenario impulsó de forma directa a la economía agrícola en la provincia chilena Tarapacá y propició el desarrollo minero, que requería de una mayor inversión, según señala Santoro.
La tercera revolución agrícola, en cambio, fue liderada por el Instituto de Investigaciones Agropecuarias de la Universidad del Norte, hoy Universidad de Tarapacá.
Esta institución educativa demostró a los agricultores locales la importancia de cambiar el sistema de cultivo en los valles, basado en el modelo español convencional en la zona central del país, que implicaba un uso ineficiente del agua.
Según Santoro, la academia mostró que era posible cultivar bajo plástico y usando sistemas de riego por goteo, lo cual fue ampliamente adoptado por los agricultores del valle de Azapa. Actualmente los agricultores continúan trabajando de esta manera.
Además, las miradas están puestas en el desarrollo agrícola en la región, incorporando semillas de alto rendimiento y explorando diferentes tipos de suelos para maximizar la producción.
El desierto como nuevo lugar de riqueza para la agricultura
Elizabeth Bastías, investigadora y docente de la Universidad de Tarapacá, describe el paisaje del norte como único en el mundo debido a su variedad de zonas agrícolas. Desde el valle costero hasta la precordillera y el altiplano, los escenarios son amplios.
La profesional destaca que este entorno presenta un clima tropical y subtropical, sin heladas ni temperaturas extremas, lo que permite cultivar distintos alimentos como es el caso del mango. Sin embargo, es importante resaltar que estos enfrentan desafíos como la escasez de agua y la salinidad del suelo.
Lo interesante para Bastías, pese a este panorama de pros y contras, es que la agricultura en el desierto será la más resiliente al cambio climático. A diferencia de las convencionales, esta tendrá la capacidad de afrontarse a un sinfín de situaciones.
En cuanto a los cultivos actuales, menciona que en el valle de Azapa se producen pimentones, pepinos, zapallos y tomates durante el año para abastecer la zona central del país. Cada uno de estos productos se cultiva bajo invernadero, lo que reduce la necesidad de pesticidas.
En el caso particular de las cosechas de tomates, la producción en la región alcanza entre 200 y 300 toneladas por hectárea, superando la producción de la zona central.
Ante dicho avance y desarrollo, la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Tarapace se propuso el desafío de aumentar la producción de alimentos, especialmente considerando que los indicadores de la FAO sugieren un aumento del 60% para 2050.
Para los expertos, este desafío debe abordarse desde el desierto, un lugar que –pese al clima árido y la poca cantidad de lluvia- presenta aptas condiciones de elaboración. Se trata de un sitio que promete ser historia, especialmente en el área de la agricultura.